Hacer el bien es bendecirse a sí mismo

En un mundo a menudo egoísta y centrado en uno mismo, la Biblia nos reta a vivir de una manera contracultural: haciendo el bien a los demás. Jesús mismo dijo: "Más bienaventurado es dar que recibir" (Hechos 20:35). Cuando somos generosos y servimos a otros, no solo impactamos sus vidas, sino que también recibimos bendiciones personales.

Hacer el bien es bendecirse a sí mismo

En un mundo a menudo egoísta y centrado en uno mismo, la Biblia nos reta a vivir de una manera contracultural: haciendo el bien a los demás. Jesús mismo dijo: “Más bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35). Cuando somos generosos y servimos a otros, no solo impactamos sus vidas, sino que también recibimos bendiciones personales.

Dar es recibir

Puede parecer contra intuitivo, pero cuando damos de nuestro tiempo, recursos o talentos, terminamos recibiendo más de lo que damos. Cuando practicamos la generosidad desinteresada, abrimos nuestros corazones y manos para que Dios los llene con Sus ricas bendiciones. Jesús promete: “Dad, y se os dará; una buena medida, apretada, remecida y rebosante, pondrán en el seno de vuestros vestidos. Porque con la misma medida con que midáis, os volverán a medir” (Lucas 6:38).

El gozo de servir

Además de las bendiciones materiales, hacer el bien trae un gozo y satisfacción internos que el dinero no puede comprar. Cuando usamos nuestras vidas para impactar positivamente a otros, experimentamos el propósito y la plenitud que Dios tiene para nosotros. Jesús mismo “no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20:28). Seguir Su ejemplo trae una profunda realización.

Atesoros en el cielo

Si bien es importante tener una mentalidad generosa aquí en la tierra, también debemos recordar que nuestras recompensas eternas son mucho más valiosas. Jesús advierte: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; si no haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6:19-20). Cuando invertimos en el Reino de Dios a través de buenas obras, estamos acumulando riquezas imperecederas.

Así que sigamos el ejemplo de Cristo y permitamos que la generosidad y el servicio desinteresado fluyan de nuestras vidas. Al hacerlo, no solo bendeciremos a otros, sino que también seremos bendecidos personal y eternamente. Hacer el bien realmente es bendecirse a uno mismo.